miércoles, 16 de diciembre de 2015

GUÍA DE SUPERVIVENCIA PARA EXTRACCIONES DE SANGRE I

La teoría te la explican en fundamentos: Compresor, cerrar puño, plapar, desinfectar, pinchar, tubo al vacutainer, soltar puño, sacar tubos, quitar compresor, apretar 5 minutos.

¡Ya sabéis sacar sangre como si fuerais la reencarnación de Florence Nightingale!

Pues mentira, amigos y amigas; sacar sangre no es tan sencillo. Aquí os dejamos la auténtica y genuina Guía de Supervivencia para Extracciones de Sangre.

CAPÍTULO 1: Conoce al enemigo

Lo primero que hay que hacer cuando llega el paciente es darle los buenos días, presentarnos y explicarle qué vamos a hacer. Ante nuestro educado y protocolario saludo, lo lógico es que nuestro conejillo de indias respondiera con de la misma manera y se dejara hacer; sin embargo, eso rara vez pasa, y nos topamos con personas que nos dicen toda clase de cosas menos un “buenos días”.

El Pesimista:

El espécimen más común que vais a encontrar. Casi siempre se trata de señoras mayores o personas que “están fuertes”. Nada más verte con la palomilla, los guantes, el tubo y el compresor te dicen:

-Huy hija, a ver si encuentras algo, porque tengo las venas muy mal y nunca me encuentran nada; al final me acaban pinchando siempre en la mano…

A lo que tú respondes:

-Bueno señora, usted deme un brazo y si no hay nada, miramos en el otro; y si no…

Y no terminas la frase porque todos sabemos que ese último “Y si no…” va seguido de un “… llamo a la enfermera, que me va a hacer pinchar a mí igual pero por lo menos no te enfadas conmigo”

Sus brazos son blancos, desiertos. A veces ves alguna planta rodadora en forma de venilla finísima que no sirve para nada. Ante está situación hay varias alternativas:

    1. Pinchar con confianza y acertar.
    2. Pinchar con confinza, hurgar y acertar.
    3. Fallar a pesar de hurgar y llamar a la enfermera.
    4. Llamar directamente a la enfermera.

Aunque hayas fallado y le hayan pinchado dos veces, este espécimen no suele enfadarse porque está acostumbrado. Además, piensa que si aciertas, se quedará con que eres mejor que todas las enfermeras que no lo consiguieron nunca.





El Optimista:

Sus brazos son como los del pesimista. Lo único que cambia es la actitud. Sí, te dicen que sus venas son una mierda, pero después te dicen:

-¡Así que tú busca y pincha todo lo que quieras!

A parte de dejarse mirar, cambiar el compresor, volver a mirar, etc. Te facilitan mucho la labor. Te dan el brazo del que les sacan sangre normalmente y te dicen más o menos la zona donde alguna vez han encontrado petróleo las otras enfermeras. Lo mejor que puedes hacer es fiarte. No se sabe cómo, pero normalmente, si pinchas donde te dicen, aunque no hubieras palpado ni visto nada, la vena está ahí.

¡Un aplauso por los optimistas!


La Intocable:

Y lo pongo en femenino porque siempre es una mujer.

-¿Me vas a pinchar tú? Huy no, a mí que me pinche la enfermera, que no soy un conejillo de indias.

Todos nos hemos encontrado a una persona así. Nos dan ganas de soltarle todo lo que nos han explicado en fundamentos y en legislación o directamente decir:

-Pues si no quiere que le pinche la estudiante, váyase a la privada, señora.

Pero lo mejor que podemos hacer es hacerle caso y avisar a nuestra enfermera, que nos defenderá a muerte diciendo:

-Si no las dejamos practicar, ¿Quién nos va a cuidar cuando nosotras no estemos?

Ole, ole y OLE. Ante este comentario, la señora puede entrar en razón y dejarse pinchar.

A veces,  la negativa de La Intocable es tan firme, que nos quedamos mirando cómo lo hace nuestra enfermera, rezando para que falle y a la intocable le pinchen dos, tres, o las veces que haga falta.



El Machote:

Y este está en masculino, porque casi siempre son chicos.

Es un hombretón joven. Cuando lo ves piensas “Madre mía, menudas venas va a tener el maromo este”. Pero en su cara se huele el miedo.

Parece que le cuesta darte el brazo. Cuando le dices que apriete el puño (que no hace falta, porque le podrías pinchar esas venas-autopista sin compresor) le tiembla más que a un enfermo con Párkinson. Y mira para otro lado.

Viendo a alguien que parece tan duro temblando ante una aguja, no podemos evitar decirle:

-Va, que solo es un pinchacito

-Ya, pero es que no me gusta nada que me pinchen

Y tú te fijas en su pendiente y ese tatuaje que le asoma por el hombro. ¿En serio? ¿No te gustan las agujas pero pendientes y tatuajes sí? Mi no entender.

No tardas nada en pincharle, lo que es una desgracia porque cuesta dejar ir unas venas tan buenas y un tío que está tan bueno.




El Engañoso:

¿Nunca habéis visto a alguien joven y pensado “Va, este tiene buenas venas”? ¿O ver a un anciano o anciana os deprime porque presentís que se ha dejado las venas en casa?

Tranquilos, porque El Engañoso siempre puede asomar por la puerta de extracciones. 

Nunca sabes quién puede ser, así que no le pases el jubilado a tu compañera de prácticas, ni le robes a la enfermera su chica joven. ¡Puedes llevarte una sorpresa!




El Mentiroso:

-Conmigo no vas a tener problema, tengo muy buenas venas

Te da el brazo, lo miras y piensas “MENTIRA”. Esos brazos son peores que muchos de pesimistas, solo que esta vez, si fallas, insistirán en que sus venas son buenísimas y que no se explican cómo has podido fallar.




El Perfecto:

Sí, existe, y no sólo en nuestros sueños. Las extracciones son como una caja de bombones; nunca sabes lo que te va a tocar. Pero cuando te toca un Ferrero Rocher, se te alegra el día.

Saluda, te da el brazo (unas venas prominentes, ni muy gruesas, ni muy finas; con una trayectoria clara; ni muy superficiales, ni muy profundas; y fijas en su sitio, de ahí no se escapan)

Pinchas a la primera, te da conversación en lo que se llenan los tubos, te da las gracias y se va apretándose la flexura del codo… ¡Sin doblar el brazo ni nada!





Y hasta aquí nuestro primer capítulo de nuestra guía de supervivencia. Esperamos que os haya gustado. Nos vemos muy pronto con el segundo capítulo.

Dime con quién andas, y si tiene buenas venas, me lo pasas.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Manitas el Leucocito



¡Hola a todos! Aprovechamos el puente para traeros la historia de nuestro amigo Manitas el Leucocito. 

Manitas nació de a partir de un hemocitoblasto en la médula ósea, como todos sus hermanos. Lo llamaron así por las extrañas aletas con forma de mano que salen de su cabeza. Él nunca fue como los demás leucocitos. Cuando llegó la hora de su especialización, sus compañeros se dieron cuenta de que no era ni granulocito ni agranulocito. No tenía espíritu de eosinófilo y tampoco parecía que fuera un basófilo en potencia. 


Manitas con sus hermanos en la médula Ósea


Para resolver sus dudas, viajó hasta el mismísimo timo, el oráculo de los linfocitos T, en busca de respuestas; pero ni allí descubrió su verdadera vocación. Desanimado y perdido, Manitas dedicó los años siguientes a vagar por el cuerpo a tarvés del torrente sanguíneo. Intentó ayudar a las plaquetas pero hacía tales trombos que casi lía una embolia pulmonar. Un día quiso coger oxígeno y fabricó su propia molécula de hemoglobina. Sin embargo la cadena beta no le salió muy bien y causó una pequeña beta-talasemia. 

Cuando nuestro amigo Manitas estaba a punto de tirar la toalla y se dirigía al bazo para decir adiós a su vida, mientras volvía de la mano hacia la vena subclavia, algo rompió la vena por la que viajaba. Se trataba de un palo plateado con un agujero que absorbió a algunos de sus compañeros, pero después paró. Los demás continuaron avanzando algo tensos, porque aquel cuerpo extraño aún no había desaparecido. De repente, el palo se movió un poco y empezó a absorber de forma masiva toda la sangre que pasaba por allí. Manitas se acercaba cada vez más y no podía hacer nada contra esa fuerza de succión. Decidió dejarse llevar. ¿Qué podía esperarle al otro lado? 

Todo ocurrió muy rápido. Tras atravesar el tubo plateado, se hizo la luz y pasando por una especie de tobogán transparente, cayó en un tubo con una pegatina. El tubo se separó del tobogán y cayó en una caja amarilla. "Hospital Universitario De Salamanca" leyó Manitas en un papel con muchos colores que había fuera del tubo. 

Una vez, Manitas conoció a un hematíe que decía venir desde una bolsa que había en un sitio llamado Hospital. En ese momento pensó que estaba loco, pero ahora lo entendía todo. Había salido del cuerpo. 

Unas manos cogieron la batea, que empezó a zarandearse. Su tubo cayó al suelo y se abrió, y la sangre salió al suelo. Manitas pensó que era su oportunidad y, cuando una humana se agachó a recoger el tubo, se subió a su mano cubierta por un guante azul.

La chica que recogió la sangre y su compañera, se dieron cuenta de que Manitas estaba allí. Al principio se asustaron, pero después comenzaron a hablar con el singular leucocito. 

Manitas les contó su historia: cómo había sido rechazado por las demás células sanguíneas y su crisis de identidad. Las chicas le dijeron que eran estudiantes de enfermería y que podrían ayudarle a descubrir quién era. 

Así fue como Manitas empezó a estudiar Enfermería en la Universidad de Salamanca con sus amigas Sandra y Rocío. 

¿Conseguirá Manitas saber quién es en realidad? ¿Será capaz de acabar la carrera?



Manitas preparado en primera fila para sus clases en la EU de 
Enfermería y Fisioterapia

Manitas estudiando para el parcial eliminatorio de bioquímica





 Pero no todo son clases y estudios. 
¡También hay que disfrutar de los jueves universitarios!


Seguiremos contando novedades sobre la trayectoria de nuestro pequeño gran amigo. 

¡Disfrutad del puente!